
Pujada al Pi | Subida al Pino, Pollensa
17 de enero de 2026
Cada 17 de enero, en pleno invierno, Pollença —en el norte de Mallorca— se enciende con humo, música, expectación y uno de los espectáculos folclóricos más vibrantes de la isla: la Pujada al Pi (Subida al Pino). Mitad rito religioso, mitad desafío popular, esta celebración es una mezcla única de fe, fuerza, humor y una pizca de locura colectiva.
Orígenes y simbolismo
La Pujada al Pi forma parte de las Fiestas de Sant Antoni, dedicadas a San Antonio Abad, patrón de los animales. En toda Mallorca, el 17 de enero se celebra con hogueras, bendiciones y fiestas rurales; pero en Pollença, el protagonismo absoluto lo tiene este ritual del pino.
Sus orígenes exactos se pierden en el tiempo. Aunque las primeras referencias escritas datan de finales del siglo XIX, se cree que la tradición es mucho más antigua, tal vez heredera de antiguos ritos agrícolas o paganos relacionados con el fuego y la fertilidad.
El acto consiste en transportar un pino monumental desde el bosque hasta el corazón del pueblo, enjabonarlo y ver quién consigue trepar hasta su copa. Un desafío físico y simbólico que celebra la fuerza, la cooperación y el espíritu festivo de la comunidad.
Las etapas de la fiesta
Noche del fuego (16 de enero)
La víspera de Sant Antoni, Pollença se ilumina con foguerons (hogueras) y correfocs, desfiles de fuego protagonizados por “dimonis” que recorren las calles entre chispas y tambores. Las hogueras —a menudo temáticas o humorísticas— arden en las plazas, mientras vecinos y visitantes se reúnen a su alrededor para cantar, asar comida y celebrar.
El fuego, símbolo de purificación y renovación, abre el camino a la gran jornada.
Bendición de animales y recogida del pino (17 de enero)
Al mediodía, los vecinos llevan sus animales para recibir la bendición del santo. Después, una procesión se dirige a la finca de Ternelles, donde se tala un pino de unos 20 a 24 metros. Se despoja de sus ramas y corteza, y comienza su viaje hacia el pueblo.
Transportado por voluntarios —a mano o con ayuda de tractores—, el pino recorre caminos rurales y calles estrechas entre risas, música, meriendas improvisadas y vítores. Es un recorrido tan festivo como laborioso.
La subida
Cuando el pino está listo, el aire se llena de expectación. Jóvenes —y a veces no tan jóvenes— intentan escalarlo, ayudándose entre sí, formando torres humanas y resbalando una y otra vez ante los gritos y aplausos del público.
El que logra llegar a la cima —tras minutos de tensión y risas— levanta el premio: antiguamente un gallo vivo, hoy una cesta simbólica donada por comercios locales.
La multitud estalla en vítores y confeti, y el pueblo entero celebra la hazaña como si fuera propia.
Una celebración de comunidad
Más allá del espectáculo, la Pujada al Pi es una expresión pura de identidad colectiva. Desde la tala hasta el último baile, todo depende de la colaboración vecinal. Cada generación aporta su fuerza, su ingenio o su entusiasmo.
También es una fiesta que ha sabido resistir. Ni las restricciones, ni los cambios sociales, ni los riesgos inherentes han logrado apagar su espíritu. Al contrario: cada edición reafirma el orgullo de Pollença por mantener viva su tradición.
Consejos para disfrutarla
- Llega temprano: las calles se llenan con horas de antelación.
- Abrígate bien: las noches de enero en Mallorca pueden ser frías.
- Sigue las indicaciones: la seguridad de todos depende del orden y las cuerdas delimitadoras.
- Vive toda la semana: los días previos hay conciertos, exposiciones, pasacalles y gastronomía típica.
Más que una subida
La magia de la Pujada al Pi no reside solo en la escalada del árbol enjabonado. Está en las risas compartidas, en el humo de las hogueras, en el eco de las campanas y los tambores, en ese instante en que todo el pueblo —y quienes lo visitan— contienen la respiración mientras alguien intenta alcanzar la cima.
Es una celebración de lo que mantiene unida a una comunidad: la memoria, la participación y el orgullo compartido.
Bajo el resplandor del fuego y el aroma de las sardinas asadas, Pollença muestra su alma más auténtica: valiente, alegre y profundamente arraigada a su tierra.
Si alguna vez estás en Mallorca el 17 de enero, no te pierdas la Pujada al Pi. No es solo un festival: es una experiencia que se siente en el corazón.


